¿Cuán
confiable es la Biblia?
Alberto R. Timm
Ellen G. White
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El
cristianismo deriva su autoridad de la Palabra de Dios. Cristo y sus apóstoles
consideraron las Escrituras como una revelación de Dios, con una unidad básica
en sus diversas enseñanzas (ver Mat. 5:17-20; Luc. 24:27, 44, 45-48; Juan
5:39). Muchos padres de la iglesia y los grandes reformadores del siglo XVI
sostuvieron la unidad y confiabilidad de las Escrituras.
Sin
embargo, bajo la fuerte influencia del criticismo histórico de la Ilustración
del siglo XVIII, un gran número de teólogos y cristianos consideraron que la
Biblia era un mero producto de las culturas antiguas en las que fue concebida.
Como consecuencia, la Biblia ya no se considera como consistente y armoniosa en
sus diversas enseñanzas, sino más bien una colección de diferentes fuentes con
contradicciones internas. Un golpe adicional a la autoridad y unidad de las
Escrituras ocurrió durante la segunda mitad del siglo XX debido al ataque del
posmodernismo. La nueva tendencia es no enfatizar el verdadero significado de
la Escritura, sino los diversos significados que sus lectores le asignan.
Los
adventistas del séptimo día, en contraste, han continuado enfatizando la
unidad, autoridad y confiabilidad de las Escrituras. Sin embargo, con el fin de
mantener tal convicción, es necesario encontrar respuestas honestas a las
siguientes preguntas: ¿Sobre qué base podemos hablar de concordancia interna de
las Escrituras? ¿Cómo tratamos algunas de las grandes áreas problemáticas en
las que la concordancia no siempre es evidente? ¿De qué modo el milagro de la
inspiración salvaguardó la unidad de la Palabra de Dios? Y finalmente, ¿cuál es
papel del Espíritu Santo en ayudarnos a reconocer esa unidad?
Concordancia
interna de las Escrituras
En
esta área, necesitamos considerar por lo menos dos problemas fundamentales.
Primero, la relación entre la Palabra de Dios y las culturas contemporáneas en
las cuales la Palabra fue originalmente entregada. En las Escrituras se puede
percibir claramente un diálogo constante entre los principios universales y las
aplicaciones específicas de estos principios dentro de una cultura determinada.
Esta percepción no puede ser considerada como un condicionamiento cultural que
distorsiona la unidad subyacente de la Palabra de Dios, sino precisamente lo
contrario: los principios universales que trascienden cualquier cultura
específica.
Por
ejemplo, la Biblia muestra varios casos en los que Dios toleró alguna clase de
alejamiento humano de sus planes originales, como en los casos de la poligamia
(ver Gén. 16:1-15; 29:15-30:24; etc.) y el divorcio (ver Mat. 19:3-12; Mar.
10:2-12). Hay otros casos en los cuales los primeros cristianos recibieron el
consejo de respetar ciertos elementos culturales específicos, como el hecho de
que las mujeres usaran un velo mientras oraban o profetizaban (1 Cor. 11:2-16)
y que guardaran silencio en la iglesia (1 Cor. 14:34, 35). Pero el tenor
general de las Escrituras es que su religión ha de trascender su ambiente y
transformarlo.
G.
Ernest Wright explica que “el Antiguo Testamento da un testimonio elocuente
acerca del hecho de que la religión cananea era el factor más peligroso y
desintegrador que tuvo que afrontar la fe de Israel” (ver Deut. 7:1-6).[1]
Floyd V. Filson añade que en el primer siglo después de Cristo, los judíos y
los judaizantes posteriores “percibieron el hecho de que el evangelio era una
cosa diferente a los mensajes religiosos que ellos habían conocido” y que
“estaba quebrantando los límites del judaísmo corriente” (ver Mat. 5:20).[2]
El
segundo problema que deben atender quienes están interesados en comprender la
unidad de las Escrituras es la perspectiva metodológica desde la cual se
consideran las Escrituras. Por el propio testimonio de las Escrituras se puede
notar que la Biblia está mucho más cercana al mundo oriental, con un concepto
más sistémico e integrador de la realidad, que al mundo occidental, con una
perspectiva más analítica y compartamentalizada. Este es un elemento importante
para tomar en cuenta en el proceso de definir nuestro enfoque metodológico de
las Escrituras.
Si
se comienzan a mirar inductivamente las discrepancias dentro de las Escrituras,
se terminará “encontrando diferencias más bien que concordancia y unidad”.
Pero, por otro lado, si uno comienza mirando deductivamente, se puede descubrir
una unidad subyacente que enlaza las diversas partes de las Escrituras.[3]
Muchas inconsistencias aparentes podrían armonizarse al pasar de los amplios
marcos temáticos de las Escrituras a sus detalles más pequeños, en vez de
comenzar con esos detalles sin comprender los marcos básicos a los que
pertenecen.
Áreas problemáticas
Sin
embargo, hay algunas grandes áreas de supuestas “inconsistencias” internas de
la Biblia, que la gente a menudo utiliza con el fin de socavar el concepto de
la unidad bíblica. Consideremos brevemente cinco de estas áreas, y veamos cómo
podrían resolverse estos problemas.
Las
tensiones entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Algunos hablan de varias
tensiones dicotómicas entre el Antiguo y el Nuevo Testamento al referirse a
temas tales como la justicia de Dios contrastada con su amor, la obediencia a
la ley contrastada con la salvación por la gracia. Estas tensiones pueden
resolverse si reconocemos claramente la relación tipológica entre ambos
Testamentos, y si reconocemos que la justicia y el amor, y la ley y la gracia
son conceptos desarrollados a lo largo de ambos Testamentos.
Los
salmos imprecatorios. Algunos ven los salmos imprecatorios, con sus oraciones
pidiendo venganza y maldiciones sobre los impíos (ver Sal. 35; 58; 69; 109;
137; etc.), como directamente opuestos a las amantes oraciones de Cristo y de
Esteban en favor de sus enemigos (Luc. 23:34; Hch. 7:60). Al tratar de resolver
este problema, no debemos olvidar que el Nuevo Testamento cita los salmos
imprecatorios como inspirados y dotados de autoridad, y que en el Antiguo Testamento
los enemigos del pueblo del pacto con Dios eran considerados como enemigos de
Dios mismo. Por lo tanto, parece bastante evidente que estos salmos deben ser
comprendidos dentro del marco teológico de la teocracia del Antiguo Testamento.
El
problema sinóptico. Probablemente nada ha planteado tanta controversia con
respecto a la unidad de la Palabra de Dios como el así llamado problema
sinóptico. Nunca podremos explicar plenamente cómo fueron escritos los primeros
tres Evangelios (Mateo, Marcos y Lucas), cuál fue realmente su dependencia
mutua ni cómo armonizar algunas discrepancias menores en los informes
paralelos. Robert K. McIver afirma en The Four Faces of Jesus que “no hay razón
para suponer que los datos descubiertos por una investigación cuidadosa del
problema de los sinópticos proporcionan alguna base para dudar de la
historicidad fundamental de los eventos registrados en los Evangelios. En
realidad, probablemente es lo contrario y más bien es una evidencia de su
confiabilidad”.[4]
Pablo
y Santiago sobre la justificación. Otro problema que algunas personas no
siempre han comprendido claramente es la tensión clásica entre la afirmación de
Pablo de que “todos somos justificados por la fe, y no por las obras que la ley
exige” (Rom. 3:28, NVI), y las palabras de Santiago de que “el hombre es
justificado por las obras, y no solamente por la fe” (Stgo. 2:24). Pero esta
tensión se puede resolver si recordamos que mientras Pablo está respondiendo a
un uso legalista de las “obras de la ley” como medio de salvación (Rom. 3:20;
cf. 3:31; 7:12), Santiago está criticando la profesión antinomiana de una fe
“muerta”, sin frutos, como la fe no comprometida de los demonios (Stgo. 2:17,
19).
Errores
de hechos. Hay algunos que niegan la unidad subyacente de la Palabra de Dios
porque supuestamente contiene una gran cantidad de así llamados “errores de
hechos”. Muchos de estos supuestos “errores” no lo son realmente sino sólo una
comprensión incorrecta de los problemas verdaderos involucrados en ellos. Un
ejemplo de éstos es la manera en que Edwin R. Thiele demostró que las muchas
brechas y discrepancias en la cronología bíblica de los reyes de Israel y de
Judá podían ser bien sincronizadas.[5] Al mismo tiempo, tenemos que darnos
cuenta de que no podemos resolver todas las dificultades de las Escrituras.[6]
A
pesar de la existencia de algunas inexactitudes en detalles menores, existe
suficiente evidencia para mostrar que esas inexactitudes no distorsionan el
concepto básico entregado por el texto en el cual aparecen y que no rompen la
unidad subyacente de la Palabra de Dios.
Sin
embargo, alguno preguntará: ¿Por qué permitió Dios que permanecieran esos
problemas en las Escrituras? ¿No podría él haber resuelto algunos de ellos para
que nuestra comprensión fuera mucho más fácil? Estas no son preguntas fáciles
de responder, pero yo creo que Dios tenía algunas razones importantes para no
resolver estos problemas.
Recordemos
que Dios confió su mensaje a seres humanos —“vasos de barro” (2 Cor. 4:7)— y
ellos a su vez lo comunicaron en su lenguaje imperfecto. Además de esto, la
Palabra de Dios tiene la intención de ser una “luz” para el sendero (Salmo
119:105) de todos los seres humanos en todas las épocas y en todo lugar. Como
“pan” espiritual (Mat. 4:4) que testifica acerca del “pan vivo que descendió
del cielo” (Juan 6:51), la Biblia tenía que hablar tanto a ricos como a pobres,
educados e ignorantes, en el contexto en el cual ellos vivieron.
Si
la Biblia fuera monótonamente uniforme, la gente la leería una o dos veces y luego
la pondría a un lado como hacemos con los diarios viejos. Pero la Biblia tiene
una “rica y colorida variedad de testimonios armoniosos de rara y distinguida
belleza”, que la hace tan atrayente.[7] Aunque su mensaje básico es
perfectamente comprensible aun para las personas comunes, la Biblia tiene tal
profundidad de pensamiento que ni todos los eruditos ni las personas sencillas
que la han estudiado a lo largo de los siglos, han sido capaces de agotar su
significado ni resolver todas sus dificultades.
El milagro de
la inspiración
Pero,
¿de qué manera el milagro de la inspiración salvaguardó la Palabra de Dios?
¿Hasta qué punto podemos esperar que haya concordancia dentro de las
Escrituras? ¿Deberíamos suponer, como hacen algunas personas, que la Biblia es
confiable sólo en asuntos relacionados con la salvación? ¿Podemos aislar las
porciones cronológicas, históricas y científicas de su propósito general de
salvación?
Como
lo analicé en otro artículo, la Biblia pretende tener una naturaleza integral
que forma una unidad indivisible (Mat. 4:4; Apoc. 22:18, 19) y que tiene por
objetivo la salvación (Juan 20:31; 1 Cor. 10:11). Además, la Escritura describe
la “salvación” como una amplia realidad histórica, relacionada con todos los
otros temas bíblicos. Y es precisamente esta interrelación temática la que hace
casi imposible que alguien hable de la Biblia en términos de dicotomía como si
en algunas partes fuera confiable y en otras no.
“Por
cuanto el propósito principal de la Biblia es edificar la fe para la salvación
(Juan 20:31), sus secciones históricas, biográficas y científicas a menudo
proporcionan sólo la información específica necesaria para alcanzar esta meta
(Juan 20:30; 21:25). A pesar de su selectividad en algunas áreas del
conocimiento humano, eso no significa que las Escrituras no son dignas de
confianza en esas áreas. ‘Toda la Escritura es inspirada por Dios’ (2 Tim.
3:16) y nuestra comprensión de la inspiración debería siempre sostener este
panorama integral y que abarca todo”.[8]
Sin
aceptar la inerrancia calvinista, tenemos suficientes razones para creer que la
Biblia es infalible en su propósito salvador y confiable en toda su
interrelación temática. De acuerdo con T. H. Jemison, en las Escrituras “hay
una unidad en el tema: Jesús, su cruz y su corona. Hay armonía completa en sus
enseñanzas: las doctrinas del Antiguo Testamento y las del Nuevo Testamento son
las mismas. Hay una unidad de desarrollo: un progreso constante desde la
creación a la caída, a la redención y a la restauración final. Hay unidad en la
coordinación de las profecías”.[9]
El papel del
Espíritu Santo
La
unidad subyacente de la Palabra de Dios fue producida por la acción directa del
Espíritu Santo en la producción de las Escrituras. Pablo dice en 2 Timoteo 3:16
que “toda la Escritura es inspirada por Dios”. Pedro añade que “ninguna
profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía
fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron
siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Ped. 1:20, 21).
Como
el Espíritu Santo fue quien generó la unidad de la Palabra de Dios, sólo él
puede iluminar nuestras mentes para percibir la unidad que enlaza la Biblia.
Cristo prometió a sus discípulos que el Espíritu Santo vendría para guiarlos a
“toda la verdad” (Juan 16:13). Pablo explica que el Espíritu es quien enseña,
“acomodando lo espiritual a lo espiritual” (1 Cor. 2:13).
Conclusión
Desafortunadamente,
muchos cristianos hoy han perdido su confianza en las Escrituras, y están
releyéndolas desde la perspectiva de sus propias tradiciones (los
tradicionalistas), su propia razón (los racionalistas), su experiencia personal
(los existencialistas), y aun las culturas modernas (los culturalistas).
Cansados de la aridez de estas teologías humanas, muchos otros están buscando
un terreno más firme sobre el cual anclar su fe.
Pero
si nuestra ancla está afirmada en la Palabra misma y creemos que su testimonio
no es el resultado de invenciones humanas, sino un don divino para la humanidad
con el fin de revelar a Dios y su amor redentor, no tenemos nada que temer o
perder. El Espíritu Santo que generó el origen, la unidad y la autoridad de la
Palabra, también puede iluminar nuestra mente para reconocerla como tal. Las
teorías humanas pueden ir y venir (ver Fil. 4:14), pero “la palabra del Dios
nuestro permanece para siempre” (Isa. 4:8).
__________
Referencias:
*Este
artículo fue tomado de la revista Diálogo
Universitario 13/3 (2001): pp. 12.14.
1. Ernest Wright,
The Old Testament Against Its Environment
(Chicago: Henry Regnery, 1950), p. 13.
2. Floyd V.
Filson, The New Testament Against Its
Environment (London: SCM Press, 1950), p. 96.
3. Ekkehardt Mueller: “The Revelation,
Inspiration, and Authority of Scripture”, Ministry
(Abril, 2000) pp. 22, 23.
4. Robert K.
McIver, The Four Faces of Jesus: Four
Gospel Writers, Four Unique Perspectives, Four Personal Encounters, One
Complete Picture (Nampa, ID: Pacific Press, 2000), p. 220.
5. Ver Siegfried
H. Horn: “From Bishop Ussher to Edwin R. Thiele”, Andrews University Seminary
Studies 18 (Spring 1980):37-49; Edwin R. Thiele: “The Chronology of the Hebrew
Kings”: Adventist Review (17 de mayo, 1984), pp. 3-5.
6. Ver Elena
G. White: Obreros evangélicos (Mountain View, Calif.: Pacific Press Publ. Assn., 1957),
p. 327.
7.
Creencias de los adventistas del séptimo
día: Una exposición de las 27 doctrinas fundamentales (Boise, ID: Pacific
Press, 1993), p. 21.
8. Alberto R.
Timm: “Understanding Inspiration: The Symphonic and Wholistic Nature of
Scripture”: Ministry (Agosto, 1999),
p. 14.
9. T. H.
Jemison, Christian Beliefs: Fundamental
Biblical Teachings for Seventh-day Adventist College Classes (Mountain
View,CA: Pacific Press, 1959), p. 17.