21 de junio de 2015

"¿Cuán confiable es la Biblia?", por Alberto R. Timm

¿Cuán confiable es la Biblia?

Alberto R. Timm
Ellen G. White Estate
General Conference


El cristianismo deriva su autoridad de la Palabra de Dios. Cristo y sus apóstoles consideraron las Escrituras como una revelación de Dios, con una unidad básica en sus diversas enseñanzas (ver Mat. 5:17-20; Luc. 24:27, 44, 45-48; Juan 5:39). Muchos padres de la iglesia y los grandes reformadores del siglo XVI sostuvieron la unidad y confiabilidad de las Escrituras.

Sin embargo, bajo la fuerte influencia del criticismo histórico de la Ilustración del siglo XVIII, un gran número de teólogos y cristianos consideraron que la Biblia era un mero producto de las culturas antiguas en las que fue concebida. Como consecuencia, la Biblia ya no se considera como consistente y armoniosa en sus diversas enseñanzas, sino más bien una colección de diferentes fuentes con contradicciones internas. Un golpe adicional a la autoridad y unidad de las Escrituras ocurrió durante la segunda mitad del siglo XX debido al ataque del posmodernismo. La nueva tendencia es no enfatizar el verdadero significado de la Escritura, sino los diversos significados que sus lectores le asignan.

Los adventistas del séptimo día, en contraste, han continuado enfatizando la unidad, autoridad y confiabilidad de las Escrituras. Sin embargo, con el fin de mantener tal convicción, es necesario encontrar respuestas honestas a las siguientes preguntas: ¿Sobre qué base podemos hablar de concordancia interna de las Escrituras? ¿Cómo tratamos algunas de las grandes áreas problemáticas en las que la concordancia no siempre es evidente? ¿De qué modo el milagro de la inspiración salvaguardó la unidad de la Palabra de Dios? Y finalmente, ¿cuál es papel del Espíritu Santo en ayudarnos a reconocer esa unidad?

Concordancia interna de las Escrituras

En esta área, necesitamos considerar por lo menos dos problemas fundamentales. Primero, la relación entre la Palabra de Dios y las culturas contemporáneas en las cuales la Palabra fue originalmente entregada. En las Escrituras se puede percibir claramente un diálogo constante entre los principios universales y las aplicaciones específicas de estos principios dentro de una cultura determinada. Esta percepción no puede ser considerada como un condicionamiento cultural que distorsiona la unidad subyacente de la Palabra de Dios, sino precisamente lo contrario: los principios universales que trascienden cualquier cultura específica.

Por ejemplo, la Biblia muestra varios casos en los que Dios toleró alguna clase de alejamiento humano de sus planes originales, como en los casos de la poligamia (ver Gén. 16:1-15; 29:15-30:24; etc.) y el divorcio (ver Mat. 19:3-12; Mar. 10:2-12). Hay otros casos en los cuales los primeros cristianos recibieron el consejo de respetar ciertos elementos culturales específicos, como el hecho de que las mujeres usaran un velo mientras oraban o profetizaban (1 Cor. 11:2-16) y que guardaran silencio en la iglesia (1 Cor. 14:34, 35). Pero el tenor general de las Escrituras es que su religión ha de trascender su ambiente y transformarlo.

G. Ernest Wright explica que “el Antiguo Testamento da un testimonio elocuente acerca del hecho de que la religión cananea era el factor más peligroso y desintegrador que tuvo que afrontar la fe de Israel” (ver Deut. 7:1-6).[1] Floyd V. Filson añade que en el primer siglo después de Cristo, los judíos y los judaizantes posteriores “percibieron el hecho de que el evangelio era una cosa diferente a los mensajes religiosos que ellos habían conocido” y que “estaba quebrantando los límites del judaísmo corriente” (ver Mat. 5:20).[2]

El segundo problema que deben atender quienes están interesados en comprender la unidad de las Escrituras es la perspectiva metodológica desde la cual se consideran las Escrituras. Por el propio testimonio de las Escrituras se puede notar que la Biblia está mucho más cercana al mundo oriental, con un concepto más sistémico e integrador de la realidad, que al mundo occidental, con una perspectiva más analítica y compartamentalizada. Este es un elemento importante para tomar en cuenta en el proceso de definir nuestro enfoque metodológico de las Escrituras.

Si se comienzan a mirar inductivamente las discrepancias dentro de las Escrituras, se terminará “encontrando diferencias más bien que concordancia y unidad”. Pero, por otro lado, si uno comienza mirando deductivamente, se puede descubrir una unidad subyacente que enlaza las diversas partes de las Escrituras.[3] Muchas inconsistencias aparentes podrían armonizarse al pasar de los amplios marcos temáticos de las Escrituras a sus detalles más pequeños, en vez de comenzar con esos detalles sin comprender los marcos básicos a los que pertenecen.

Áreas problemáticas

Sin embargo, hay algunas grandes áreas de supuestas “inconsistencias” internas de la Biblia, que la gente a menudo utiliza con el fin de socavar el concepto de la unidad bíblica. Consideremos brevemente cinco de estas áreas, y veamos cómo podrían resolverse estos problemas.

Las tensiones entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Algunos hablan de varias tensiones dicotómicas entre el Antiguo y el Nuevo Testamento al referirse a temas tales como la justicia de Dios contrastada con su amor, la obediencia a la ley contrastada con la salvación por la gracia. Estas tensiones pueden resolverse si reconocemos claramente la relación tipológica entre ambos Testamentos, y si reconocemos que la justicia y el amor, y la ley y la gracia son conceptos desarrollados a lo largo de ambos Testamentos.

Los salmos imprecatorios. Algunos ven los salmos imprecatorios, con sus oraciones pidiendo venganza y maldiciones sobre los impíos (ver Sal. 35; 58; 69; 109; 137; etc.), como directamente opuestos a las amantes oraciones de Cristo y de Esteban en favor de sus enemigos (Luc. 23:34; Hch. 7:60). Al tratar de resolver este problema, no debemos olvidar que el Nuevo Testamento cita los salmos imprecatorios como inspirados y dotados de autoridad, y que en el Antiguo Testamento los enemigos del pueblo del pacto con Dios eran considerados como enemigos de Dios mismo. Por lo tanto, parece bastante evidente que estos salmos deben ser comprendidos dentro del marco teológico de la teocracia del Antiguo Testamento.

El problema sinóptico. Probablemente nada ha planteado tanta controversia con respecto a la unidad de la Palabra de Dios como el así llamado problema sinóptico. Nunca podremos explicar plenamente cómo fueron escritos los primeros tres Evangelios (Mateo, Marcos y Lucas), cuál fue realmente su dependencia mutua ni cómo armonizar algunas discrepancias menores en los informes paralelos. Robert K. McIver afirma en The Four Faces of Jesus que “no hay razón para suponer que los datos descubiertos por una investigación cuidadosa del problema de los sinópticos proporcionan alguna base para dudar de la historicidad fundamental de los eventos registrados en los Evangelios. En realidad, probablemente es lo contrario y más bien es una evidencia de su confiabilidad”.[4]

Pablo y Santiago sobre la justificación. Otro problema que algunas personas no siempre han comprendido claramente es la tensión clásica entre la afirmación de Pablo de que “todos somos justificados por la fe, y no por las obras que la ley exige” (Rom. 3:28, NVI), y las palabras de Santiago de que “el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe” (Stgo. 2:24). Pero esta tensión se puede resolver si recordamos que mientras Pablo está respondiendo a un uso legalista de las “obras de la ley” como medio de salvación (Rom. 3:20; cf. 3:31; 7:12), Santiago está criticando la profesión antinomiana de una fe “muerta”, sin frutos, como la fe no comprometida de los demonios (Stgo. 2:17, 19).

Errores de hechos. Hay algunos que niegan la unidad subyacente de la Palabra de Dios porque supuestamente contiene una gran cantidad de así llamados “errores de hechos”. Muchos de estos supuestos “errores” no lo son realmente sino sólo una comprensión incorrecta de los problemas verdaderos involucrados en ellos. Un ejemplo de éstos es la manera en que Edwin R. Thiele demostró que las muchas brechas y discrepancias en la cronología bíblica de los reyes de Israel y de Judá podían ser bien sincronizadas.[5] Al mismo tiempo, tenemos que darnos cuenta de que no podemos resolver todas las dificultades de las Escrituras.[6]

A pesar de la existencia de algunas inexactitudes en detalles menores, existe suficiente evidencia para mostrar que esas inexactitudes no distorsionan el concepto básico entregado por el texto en el cual aparecen y que no rompen la unidad subyacente de la Palabra de Dios.

Sin embargo, alguno preguntará: ¿Por qué permitió Dios que permanecieran esos problemas en las Escrituras? ¿No podría él haber resuelto algunos de ellos para que nuestra comprensión fuera mucho más fácil? Estas no son preguntas fáciles de responder, pero yo creo que Dios tenía algunas razones importantes para no resolver estos problemas.

Recordemos que Dios confió su mensaje a seres humanos —“vasos de barro” (2 Cor. 4:7)— y ellos a su vez lo comunicaron en su lenguaje imperfecto. Además de esto, la Palabra de Dios tiene la intención de ser una “luz” para el sendero (Salmo 119:105) de todos los seres humanos en todas las épocas y en todo lugar. Como “pan” espiritual (Mat. 4:4) que testifica acerca del “pan vivo que descendió del cielo” (Juan 6:51), la Biblia tenía que hablar tanto a ricos como a pobres, educados e ignorantes, en el contexto en el cual ellos vivieron.

Si la Biblia fuera monótonamente uniforme, la gente la leería una o dos veces y luego la pondría a un lado como hacemos con los diarios viejos. Pero la Biblia tiene una “rica y colorida variedad de testimonios armoniosos de rara y distinguida belleza”, que la hace tan atrayente.[7] Aunque su mensaje básico es perfectamente comprensible aun para las personas comunes, la Biblia tiene tal profundidad de pensamiento que ni todos los eruditos ni las personas sencillas que la han estudiado a lo largo de los siglos, han sido capaces de agotar su significado ni resolver todas sus dificultades.

El milagro de la inspiración

Pero, ¿de qué manera el milagro de la inspiración salvaguardó la Palabra de Dios? ¿Hasta qué punto podemos esperar que haya concordancia dentro de las Escrituras? ¿Deberíamos suponer, como hacen algunas personas, que la Biblia es confiable sólo en asuntos relacionados con la salvación? ¿Podemos aislar las porciones cronológicas, históricas y científicas de su propósito general de salvación?

Como lo analicé en otro artículo, la Biblia pretende tener una naturaleza integral que forma una unidad indivisible (Mat. 4:4; Apoc. 22:18, 19) y que tiene por objetivo la salvación (Juan 20:31; 1 Cor. 10:11). Además, la Escritura describe la “salvación” como una amplia realidad histórica, relacionada con todos los otros temas bíblicos. Y es precisamente esta interrelación temática la que hace casi imposible que alguien hable de la Biblia en términos de dicotomía como si en algunas partes fuera confiable y en otras no.

“Por cuanto el propósito principal de la Biblia es edificar la fe para la salvación (Juan 20:31), sus secciones históricas, biográficas y científicas a menudo proporcionan sólo la información específica necesaria para alcanzar esta meta (Juan 20:30; 21:25). A pesar de su selectividad en algunas áreas del conocimiento humano, eso no significa que las Escrituras no son dignas de confianza en esas áreas. ‘Toda la Escritura es inspirada por Dios’ (2 Tim. 3:16) y nuestra comprensión de la inspiración debería siempre sostener este panorama integral y que abarca todo”.[8]

Sin aceptar la inerrancia calvinista, tenemos suficientes razones para creer que la Biblia es infalible en su propósito salvador y confiable en toda su interrelación temática. De acuerdo con T. H. Jemison, en las Escrituras “hay una unidad en el tema: Jesús, su cruz y su corona. Hay armonía completa en sus enseñanzas: las doctrinas del Antiguo Testamento y las del Nuevo Testamento son las mismas. Hay una unidad de desarrollo: un progreso constante desde la creación a la caída, a la redención y a la restauración final. Hay unidad en la coordinación de las profecías”.[9]

El papel del Espíritu Santo

La unidad subyacente de la Palabra de Dios fue producida por la acción directa del Espíritu Santo en la producción de las Escrituras. Pablo dice en 2 Timoteo 3:16 que “toda la Escritura es inspirada por Dios”. Pedro añade que “ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Ped. 1:20, 21).

Como el Espíritu Santo fue quien generó la unidad de la Palabra de Dios, sólo él puede iluminar nuestras mentes para percibir la unidad que enlaza la Biblia. Cristo prometió a sus discípulos que el Espíritu Santo vendría para guiarlos a “toda la verdad” (Juan 16:13). Pablo explica que el Espíritu es quien enseña, “acomodando lo espiritual a lo espiritual” (1 Cor. 2:13).

Conclusión

Desafortunadamente, muchos cristianos hoy han perdido su confianza en las Escrituras, y están releyéndolas desde la perspectiva de sus propias tradiciones (los tradicionalistas), su propia razón (los racionalistas), su experiencia personal (los existencialistas), y aun las culturas modernas (los culturalistas). Cansados de la aridez de estas teologías humanas, muchos otros están buscando un terreno más firme sobre el cual anclar su fe.

Pero si nuestra ancla está afirmada en la Palabra misma y creemos que su testimonio no es el resultado de invenciones humanas, sino un don divino para la humanidad con el fin de revelar a Dios y su amor redentor, no tenemos nada que temer o perder. El Espíritu Santo que generó el origen, la unidad y la autoridad de la Palabra, también puede iluminar nuestra mente para reconocerla como tal. Las teorías humanas pueden ir y venir (ver Fil. 4:14), pero “la palabra del Dios nuestro permanece para siempre” (Isa. 4:8).

__________
Referencias:
*Este artículo fue tomado de la revista Diálogo Universitario 13/3 (2001): pp. 12.14.
1. Ernest Wright, The Old Testament Against Its Environment (Chicago: Henry Regnery, 1950), p. 13.
2. Floyd V. Filson, The New Testament Against Its Environment (London: SCM Press, 1950), p. 96.
3.   Ekkehardt Mueller: “The Revelation, Inspiration, and Authority of Scripture”, Ministry (Abril, 2000) pp. 22, 23.
4. Robert K. McIver, The Four Faces of Jesus: Four Gospel Writers, Four Unique Perspectives, Four Personal Encounters, One Complete Picture (Nampa, ID: Pacific Press, 2000), p. 220.
5. Ver Siegfried H. Horn: “From Bishop Ussher to Edwin R. Thiele”, Andrews University Seminary Studies 18 (Spring 1980):37-49; Edwin R. Thiele: “The Chronology of the Hebrew Kings”: Adventist Review (17 de mayo, 1984), pp. 3-5.
6. Ver Elena G. White: Obreros evangélicos (Mountain View, Calif.: Pacific Press Publ. Assn., 1957), p. 327.
7. Creencias de los adventistas del séptimo día: Una exposición de las 27 doctrinas fundamentales (Boise, ID: Pacific Press, 1993), p. 21.
8. Alberto R. Timm: “Understanding Inspiration: The Symphonic and Wholistic Nature of Scripture”: Ministry (Agosto, 1999), p. 14.
9. T. H. Jemison, Christian Beliefs: Fundamental Biblical Teachings for Seventh-day Adventist College Classes (Mountain View,CA: Pacific Press, 1959), p. 17.

0 comentarios:

Publicar un comentario