21 de junio de 2015

"La doctrina de la Trinidad: ¿Por qué es importante?", por Woodrow W. Whidden

La doctrina de la Trinidad: ¿Por qué es importante?*

Woodrow W. Whidden
SDA Theological Seminary
Andrews University



No recuerdo haber oído ningún sermón sobre la Trinidad cuando era niño. Y no fue hasta el último año de estudios en el Seminario en que escuché una exposición sustancial sobre el tema. En una asignatura sobre la doctrina de Dios, mi profesor hizo un comentario detallado de la historia y la base bíblica de la doctrina de la Trinidad. Debo confesar que el tema me resultó un tanto misterioso e impráctico. Sin embargo, mi trayectoria teológica iba a llevarme a desarrollar un interés profundo en el tema, que finalmente se convirtió en una pasión. Mi indiferencia se ha transformado en la convicción inamovible de que la doctrina de la Trinidad es la expresión teológica central del pensamiento y práctica cristianos. En efecto, lejos de ser un misterio irrelevante, da expresión al núcleo central de lo que los cristianos profesan creer sobre la naturaleza de Dios y su plan para la felicidad humana.

Pensar la teología implica dos pasos indispensables. Primero, el “qué” de una doctrina. Esta etapa del “qué” a su vez contiene dos facetas: (1) expresar claramente la doctrina, y (2) evaluar la base bíblica para enseñarla. El segundo paso es reflexionar sobre el “y entonces qué”. Esta etapa busca dejar en claro asuntos tales como las implicaciones teológicas y prácticas de la doctrina, especialmente su coherencia respecto de otras enseñanzas cristianas y la cuestión de la salvación personal, o reconciliación con Dios.

El “qué” de la Trinidad

La creencia fundamental No. 2 de los adventistas del séptimo día explicita: “Hay un solo Dios, que es una unidad de tres Personas coeternas”.[1] Con respecto a esta declaración, tanto la iglesia cristiana en general como el movimiento adventista del séptimo día en particular han tenido que lidiar con desafíos cruciales. La cuestión de Dios como Padre nunca ha sido controvertida debido a una larga tradición de enseñanza cristiana ortodoxa.
Si bien la vasta mayoría de los cristianos han afirmado siempre la eterna deidad del Padre, ha habido controversia sobre otras cuestiones: la plena y eterna deidad del Hijo, la personalidad divina del Espíritu Santo, y la profunda unidad del trío de Personas divinas. El espacio aquí no permite una presentación detallada de los elementos de prueba bíblicos que establecen la unidad trina y una de Dios. Pero si podemos dejar sentadas la plena deidad del Hijo y del Espíritu Santo, es simplemente lógico que haya también una profunda unidad de estas Personas con el Padre. Por tanto los cristianos siempre han profesado su fe en un único Dios (monoteísmo), que se manifiesta como una unidad tripersonal (no como tres dioses, o triteísmo) íntimamente ligada por amor.

La plena deidad del Hijo

Son tres los tipos de evidencias bíblicas de que Jesús era inherentemente divino y poseía la misma naturaleza y sustancia que el Padre.[2]

1. A Jesús se lo llama explícitamente Dios en el Nuevo Testamento. Hebreos 1 contrasta a Jesús con los ángeles. En los versículos 7 y 8 el autor asevera que Dios hizo a los ángeles “espíritus”, mientras que del Hijo dice: “Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo” (1:8, RVR). Este versículo es uno de los siete que en el Nuevo Testamento aplican el término griego que significa Dios (theos) directamente a Jesús. Los otros seis son Juan 1:1, 18; 20:28; Romanos 9:5; Tito 2:13; y 2 Pedro 1:1. Dejemos bien en claro lo que el autor de Hebreos y los otros autores del Nuevo Testamento están diciendo en estos versículos: se refieren a Jesús como “Dios” y en Hebreos el escritor está interpretando un versículo del Antiguo Testamento, aplicando a Jesús el Salmo 45:6, que originalmente se dirigía al Dios del Antiguo Testamento.

2. Jesús se aplicó a sí mismo títulos y prerrogativas divinos. El ejemplo más claro se encuentra en Juan 8:58: “Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes de que Abraham fuese, yo soy”. Con toda sencillez, lo que Jesús está diciendo aquí es que él es el Dios del Éxodo, aplicándose a sí mismo Éxodo 3:14: “Y respondió Dios a Moisés, YO SOY EL QUE SOY”.

Además, este Dios que habla en Éxodo 3:14 deja en claro su identidad como “Jehová, el Dios de vuestros padres, Dios de Abrahán, Isaac y Jacob” (v. 15). En otras palabras, Jesús no sólo aseveró ser el Dios del Éxodo, sino también el Jehová de los patriarcas. No de balde, entonces, los incrédulos fariseos “tomaron entonces piedras para arrojárselas” (Juan 8:59), que era el castigo de la blasfemia en el Antiguo Testamento (ver Juan 5:17, donde Jesús hace una aseveración similar).

3. Los escritores del Nuevo Testamento aplican nombres divinos a Jesús. En Hebreos 1:10-12 la inspiración aplica a Jesús el título supremo del Antiguo Testamento para Dios (YHWH o Jehová). El autor de Hebreos le aplica el Salmo 102:25-27. No era desacostumbrado para los autores del Nuevo Testamento hacer este tipo de aplicación, pero lo que es llamativo en este caso es que este Salmo estaba dirigido originalmente al Jehová del Antiguo Testamento. Por tanto, el autor neotestamentario se sentía cómodo al aplicar a Jesús pasajes que originalmente se referían al Dios eterno de Israel. Esto implica claramente que Jesús es Jehová, el Señor del Antiguo Testamento. Apocalipsis 1:17 cita palabras de Jesús refiriéndose a sí mismo como eterno, “el primero y el último”.

La plena deidad del Espíritu Santo

Las Escrituras proveen numerosas líneas de evidencia que atestiguan la naturaleza divina del Espíritu. La más representativa viene del libro de los Hechos, en la historia trágica de Ananías y Safira. Estos esposos denegaron privadamente el voto sagrado que habían hecho a Dios. Cuando vinieron a depositar públicamente sus ofrendas parciales a los pies de los apóstoles, cayeron muertos. Instantes antes, Pedro había preguntado a Ananías: “¿Por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo?”. A esto sigue la sorprendente revelación “No has mentido a los hombres, sino a Dios” (Hechos 5:3, 4). La implicación más obvia es que el Espíritu Santo es un ser divino.

Otras evidencias aparecen en los muchos pasajes que describen la obra del Espíritu como algo que es exclusivo de Dios. El ejemplo más claro está en 1 Corintios 2:9-11. Pablo declara que sus lectores pueden tener un conocimiento completo de las cosas “que Dios ha preparado para aquellos que le aman” (v. 9). ¿Y cómo es posible tal conocimiento? Porque “Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu” (v. 10). “Porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque, ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así también nadie conoció lo que es de Dios, sino el Espíritu de Dios” (vv. 10, 11). Lo que el pasaje enseña es esto: Para conocer lo que es verdaderamente “del hombre” uno debe obtener tal información de un ser humano. De manera paralela, sólo un ser divino puede conocer en verdad lo que está en la mente y el corazón de otro ser divino.

El “y entonces qué” de la Trinidad

¿Cuáles son los “y entonces qué” de la plena deidad tanto del Hijo como del Espíritu? Antes de abordar estas importantes preguntas necesitamos tratar un asunto que inquieta a muchos: La aparente falta de lógica de creer que tres equivalen a uno. Tales cuestiones inquietan especialmente a las mentes racionalistas de muchos universitarios y a nuestros amigos monoteístas musulmanes.

La objeción lógica. Millard Erickson ha sugerido que la razón humana no puede tolerar una matemática trinitaria donde “3 = 1”. Si uno va al supermercado, elige tres panes, y entonces trata de convencer a la cajera de que los tres son realmente uno, de modo que no necesita pagar más que uno, es seguro que la cajera llamará de inmediato a un guardia de seguridad.[3]

La primera respuesta a la lógica del pensamiento trinitario es admitir que estamos tratando con el más profundo de los misterios. De hecho, en las relaciones amorosas se produce una profunda unidad social o emocional. ¿Hemos de decir entonces que las relaciones amorosas son totalmente ilógicas e incoherentes? Creemos que no. Y parece que esta es la mejor manera de dar cuenta coherentemente del misterio de la Trinidad y su unidad plural.

Erickson señala sabiamente el camino a una respuesta: “Proponemos, por tanto, pensar de la Trinidad como una sociedad de personas que constituye, sin embargo, un único ser. Si bien esta sociedad de personas tiene dimensiones en sus relaciones interpersonales que no se encuentran entre los humanos, hay paralelos esclarecedores. El amor es la relación vinculante dentro de la Deidad que une a cada Persona con las otras”.[4]

Erickson apela directamente a 1 Juan 4:8, 16: “Dios es amor”. ¿Comprendemos de veras la profundidad de esta declaración inspirada tan cautivante en su sencillez? Estas tres significativas palabras nos ayudan a comprender a un Dios que ha existido eternamente en un estado de unidad trinitaria. “La declaración ‘Dios es amor’ no es una definición de Dios, ni tampoco meramente de uno de sus múltiples atributos. Es una caracterización esencial de Dios”.[5]

Para los cristianos trinitarios, la cuestión clave acerca de Dios se relaciona con su amor. Dios es “amor” en la esencia misma de su ser y es su característica fundamental. Y si Dios es verdaderamente el Dios de “amor” (Juan 3:16 y 1 Juan 4:8), necesitamos considerar las siguientes implicancias:

¿Puede realmente Aquel que existe desde la eternidad —y que nos hizo a su imagen—, puede este Dios ser llamado “amor” si existía como ser único y solitario? ¿No es acaso el amor, y especialmente el amor divino, posible sólo si Aquel que hizo nuestro universo era un ser plural, que ejercía amor dentro de su pluralidad trinitaria desde la eternidad? ¿Acaso no es verdad que el amor real, desinteresado, es posible solamente si procede de ese Dios quien, por su propia naturaleza, era y es y será por siempre un Dios de amor, como una trinidad de seres en sociedad?

Nos sentimos impulsados a afirmar que Dios es una trinidad de amor y que este amor ha encontrado su revelación más profunda en la obra de creación, encarnación, vida, muerte, y resurrección del divino Hijo de Dios. La unidad trinitaria de Dios, en última instancia, no es ilógica. De hecho, es la fuente de la única lógica que tiene real sentido: un amor abnegado, en mutua sumisión, y que se manifiesta en la gracia de su poder creador y redentor.

Tal amor infinito debe ser comunicado en forma práctica a los seres limitados y pecaminosos. Y aquí es donde el “¿y entonces qué?” de la plena deidad del Hijo y del Espíritu se proyecta en el drama de la creación y redención.

La deidad de Cristo: Implicaciones

En primer lugar, antes de que la Trinidad pudiera hacer valer la eficacia salvadora de la vida y muerte de Cristo para la redención de los pecadores, existía la necesidad urgente de revelar a seres humanos enajenados por el pecado acerca de cómo es en realidad Dios. El único ser que podía ofrecer una revelación auténtica de la naturaleza divina era Dios mismo. Esta habría de ser la misión primaria de Jesús, el divino Hijo de Dios. Y al hacer provisión para la salvación de los seres humanos en rebelión, mediante su muerte expiatoria, sólo Aquel que es igual al Padre en su naturaleza divina podía ofrecer un sacrificio capaz de satisfacer plenamente la justicia de Dios. Sólo un Cristo plenamente divino, por medio del Espíritu Santo, era lo suficientemente poderoso como para re-crear a seres dañados por el pecado en la imagen del carácter divino. Sólo el divino Hijo podía efectuar la conversión o el nuevo nacimiento y transformar el carácter humano para que refleje la imagen divina. En resumen, sólo el Hijo que es amor encarnado puede manifestar y hacer efectivo tal amor transformador.

La plena deidad del Espíritu

Como en el caso de la deidad del Hijo, las implicaciones teológicas de la deidad del Espíritu surgen de las cuestiones relacionadas con la intención divina de redimir a la humanidad manchada por el pecado. Por cierto, si sólo Aquel igual en naturaleza y carácter al Padre podía ofrecer un sacrificio eficaz por el pecado; por igual razón, sólo aquel Espíritu que es plenamente divino podía comunicar con eficacia el beneficio de este sacrificio a los seres humanos pecadores. Era necesario un Espíritu plenamente divino para revelar al pecador la obra del plenamente divino Hijo de Dios (1 Corintios 2:7-12).

Sólo el Espíritu tendría el poder de persuadir a la humanidad caída acerca del gran amor de Dios. Sólo Aquel que está eternamente ligado al corazón de amor abnegado del Padre y el Hijo puede comunicar con eficacia tal amor. Sólo Aquel que ha actuado con el Hijo en la creación está equipado para realizar la nueva creación dentro de almas arrasadas por las fuerzas destructivas de Satanás y el pecado (Romanos 8:10, 11). Sólo Aquel que está en plena sintonía con el corazón del ministerio encarnado de Jesucristo, y al mismo tiempo es capaz de estar en todas partes al mismo tiempo con la omnipresencia de Dios tiene la capacidad de presentar la presencia personal y redentora de Cristo al mundo entero. El único Ser que puede hacer tales cosas es el Espíritu Santo, personal y omnipresente.

Una exhortación

Quiero invitar a cada lector a sopesar con cuidado y oración la doctrina de la Trinidad y su profunda implicación para la vida y el destino que el Dios de la Biblia nos ofrece a cada uno de nosotros. Esta doctrina satisface la demanda moderna de una solución racional a la problemática del hombre en rebelión contra Dios, y al mismo tiempo ofrece un misterio atractivo para los gustos de los posmodernos, más afectos a lo relacional. Además, el pensamiento trinitario ofrece una visión de la vida en relaciones de amor que refleja la más profunda realidad ofrecida por Aquel que ha hecho el mundo con amor y está tratando de redimirlo del pecado, que es la mayor antítesis del amor divino.

Además, no se me ocurre ningún argumento mejor al relacionarnos con las preocupaciones monoteístas de nuestros amigos musulmanes. Si el amor abnegado de Jesús —el Hombre de avanzada de la Trinidad— no puede rescatarnos de nuestra situación, no hay nada que lo pueda lograr. Los recursos del amor que fluye del Padre, hechos carne en Jesucristo y comunicados por la plenamente divina Persona del Espíritu Santo nos ofrecen la visión teológica más rica que se pueda imaginar para el destino de un mundo caído.

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Referencias:
*El presente artículo fue tomado de la revista Diálogo Universitario 16/3 (2004): pp. 11-13. Usado con permiso.
1. Creencias de los adventistas del séptimo día: Una exposición bíblica de 27 doctrinas fundamentales, edición revisada (Boise, ID: Publicaciones Interamericanas, 1988), p. 24.
2. Para una presentación más abarcante de la evidencia, ver mis capítulos en la Sección Uno de The Trinity: Understanding God’s Love, His Plan of Salvation and Christian Relationships (Hagerstown, MD: Review and Herald Publ. Assn., 2002), pp. 16-119.
3. Millard Erickson, Making Sense of the Trinity: Three Crucial Questions (Grand Rapids, MI: Baker, 2000), pp. 43, 44.
4. IbÍd., p. 58.

5. IbÍd.

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